Carlos Bravo, musicómico

Autor: José Manuel Serrano Cueto.

Yo soy de Melilla… Bueno, no, yo he nacido en Casablanca. Mejor dicho, te miento, porque he nacido cerca de Ketama…”. Esta indefinición de Carlos Bravo sirve para demostrar que él no era de ninguna parte, o lo era de todas, porque desde muy pequeño había sido nómada, un “musicómico”, como a él le gustaba definirse, que con su guitarra actuó en calles y plazas de toda Europa. En el cine se le conocía como Charly Bravo pese a que a él le diera “en to los cojones… Me llaman Charly para cabrearme”, reconocía en el documental Contra el tiempo que dirigí en 2012. Se le ha tildado muchas veces, y a la ligera, de juguete roto, pero su camino, que lo llevó a vivir en el hostal madrileño La Estrella, donde falleció a los 77 años el pasado día 23, lo había recorrido por elección propia.

Su bohemia, antigua, estaba presente ya en su época más activa, cuando rodaba decena de westerns, como Capitán Apache (Alexander Singer, 1971) o El más fabuloso golpe del Far West (José Antonio de la Loma, 1972). Fue un actor de reparto en infinidad de títulos de género (aventuras, terror, western…) e incluso llegó a protagonizar alguna cinta, como Robin Hood nunca muere (Francesc Bellmunt, 1975).

Él mismo reconocía que el dinero que ganaba entonces se lo gastaba en viajar y seguir cantando, que le gustaba más que actuar, y nunca le importó hacerlo en la esquina de una plaza o en el metro madrileño donde tantas veces se le vio. Cuando rodamos Contra el tiempo en Málaga, y un coche fue a recogerlo a la estación para llevarlo al hotel Larios donde se alojaba, Carlos estaba feliz, porque decía que hacía muchos años que nadie había tenido con él esas atenciones, pero en realidad no era su ambiente. Y se le notaba pronto.

No vino a algunas de las fiestas a las que acudimos durante la promoción del documental, y, cuando lo hizo, se encontraba fuera del tiesto. Prefería las distancias cortas, en una tasca, por ejemplo, con su menú del día, y en esto estábamos de acuerdo. No soportaba el glamour y de él se alejó tantísimo que se convirtió, insisto que por deseo propio, en un artista callejero que muchos creían indigente. Pero Carlos no dejó nunca de trabajar, y, fuera de las coproducciones de género, hizo incursiones en el cine de Pedro Almodóvar (Laberinto de pasiones, 1982), Vicente Aranda (El Lute, camina o revienta, 1987), Antonio Giménez Rico (Soldadito español, 1988) o Antonio Hernández (En la ciudad sin límites, 2002).

Lo he visto en muchísimas películas, pero permítanme la osadía de quedarme con un momento de Contra el tiempo, una escena preciosa durante una noche en el Gibralfaro malagueño: Charly Bravo y la actriz Mabel Escaño recuerdan su pasado y, en un momento dado, él se pone a cantar, a su manera, “Luna Rossa”. Nunca podré olvidar la magia de aquella noche. Descansa en paz, Carlos, y gracias por todos los momentos que me brindaste. Se ha dicho mucho de tu carácter fuerte, complicado, pero conmigo, y con el resto del equipo de Contra el tiempo, fuiste todo un caballero.

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