Alianza reedita ‘El último austrohúngaro’, el volumen de conversaciones que mantuvieron con él Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les
Luis García Berlanga siempre incluía en sus películas una alusión a lo «austrohúngaro», a modo de jaculatoria o marca de agua autoral. Pues bien, en ‘Moros y cristianos’ (1987) esa mención se lleva a cabo haciendo que a través de una megafonía se oiga el siguiente aviso: «Juan Hernández Les y Manuel Hidalgo firman en este momento ejemplares de su libro ‘El último austrohúngaro’».
Bastaría con ello para calibrar su aprecio por la obra citada, cuya primera edición había visto la luz en Anagrama en el año 1981. Pero es que, además, pidió a Manuel Hidalgo que ultimase el guión de ‘¡Viva Rusia!’, la cuarta entrega de la saga de los Leguineche, proyecto truncado en 1991 por la muerte del irremplazable Luis Escobar.
Era, pues, necesario rescatar esta piedra angular de la bibliografía berlanguiana cuando se celebra el centenario del nacimiento del cineasta valenciano. Y, fallecido en 2019 Hernández Les, la tarea de actualizarlo ha debido recaer en solitario sobre su coautor, quien lo ha ampliado con unas muy precisas y nada complacientes notas críticas sobre las películas que rodó el realizador tras sus conversaciones con él. A las que ha añadido una detallada cronología, la filmografía y numerosas imágenes (la edición de Anagrama no llevaba ninguna)
Las conversaciones con Berlanga siguen siendo el cuerpo del libro, producto depurado de más de cuarenta horas de grabación. Al releerlas vienen de inmediato a la memoria las cincuenta registradas por el magnetofón de François Truffaut para su canónico ‘El cine según Hitchcock’ (1966). Una especie de Evangelio que imprimió un giro copernicano a la consideración que se tenía del hasta entonces denominado «mago del suspense», otorgándole el estatuto de Autor, con mayúsculas.
Pues algo similar sucedió hace cuatro décadas con ‘El último austrohúngaro’. Antes de que se editara, Berlanga gozaba ciertamente de estimación crítica, pero no de una monografía en profundidad. Y proliferaba aquel tópico de «las tres Bs del cine español», alineándolo con Bardem y Buñuel en una carambola que el tiempo se ha encargado de poner en su sitio. El último vuela tan alto que ocupa por derecho propio el lugar que le corresponde entre los más grandes de la Historia del Cine. Y pocas personas bien informadas sustentarían hoy los prejuicios de quienes, bajo pretexto de su militancia comunista, concedían mayor coherencia y entidad a la obra de Bardem que a la de Berlanga.
El libro que nos ocupa resultó decisivo a ese respecto, brindando al director de ‘El verdugo’ la oportunidad de explicarse por extenso. Y lo que emergía de sus páginas perfilaba a alguien muy consciente de su visión del mundo, de los recursos empleados para transmitirla y de la tradición cultural en la que se insertaba. Intentaré ilustrarlo con un par de ejemplos, uno referido a Buñuel y otro a Bardem, por no apartarme de las coordenadas aludidas.
El que lo vincula al realizador aragonés surge inevitablemente al comparar dos películas coetáneas que tanto críticos como historiadores suelen incluir entre las mejores del cine español. Se trata de ‘Viridiana’ y ‘Plácido’, ambas estrenadas en 1961 y con una temática similar, que disecciona de forma implacable la caridad tal y como se ejercía en el seno del nacional-catolicismo. A pesar de esas semejanzas, su consideración por parte del Régimen no pudo ser más distinta: la de Berlanga no tuvo problemas e incluso fue candidata a los Oscars; la de Buñuel no solo se prohibió, sino que se dio por inexistente, tras haberse alzado con la única Palma de Oro conseguida por el cine español en el Festival de Cannes. Las razones de fondo podrían encontrarse en una de las respuestas de Berlanga a las preguntas de Hidalgo y Hernández Les a propósito de ‘Los jueves, milagro’ (1957), donde insiste en que, a pesar de haber estudiado en los jesuitas, «no me ha interesado la religión como a Buñuel, por ejemplo, ni la trascendencia, ni los problemas del bien y del mal».
La comparativa con Bardem tiene todavía mayor calado, porque supone una relectura del cine español muy perspicaz por parte de Berlanga, frente al reduccionismo de su compañero de fatigas y el diagnóstico vertido en las Conversaciones de Salamanca de 1955, donde Bardem dictaminó: «Después de sesenta años de existencia, el cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico».
Eso lo decía en el momento de mayor esplendor comercial de toda la industria fílmica patria, con infraestructuras y técnicos que hicieron posible los rodajes en nuestro país de Samuel Bronston y otros aledaños de Hollywood. Una letanía repetida hasta la saciedad a la que se opuso Berlanga en distintos momentos y que en ‘El último austrohúngaro’ desarrolla de forma sostenida. Para el valenciano, lo que luego sería considerado cine «franquista» se basaba en las estribaciones residuales de la filmografía populista republicana. Y el gran error de su generación y la siguiente –la del Nuevo Cine Español de los años 1960– habría consistido en identificarlo con el Régimen y no haber sabido ver el potencial que encerraba, actualizando fórmulas tan asentadas como el sainete, el teatro por horas o la zarzuela.
Son sólo dos calas –y en estas conversaciones se podrían hacer docenas de otras similares– que acreditan la vigencia y enjundia de este libro, ya convertido en clásico, sobre una figura de nuestro cine cuya centralidad tanto ayudó a establecer.
FRAGMENTOS. BERLANGA POR SÍ MISMO
1. «Yo siempre hablo de las contradicciones entre mi tripa y mi cabeza, del caos berlanguiano, pero quizá sea la ambigüedad el concepto que mejor explique mi vida y mi cine. La ambigüedad nace de la curiosidad, del deseo de estar en todo, del querer ser hombre y mujer a la vez, santo y terrorista… Yo suelo decir que tengo complejo de Dios, que, como Dios, quiero estar en todas partes. Debo ser uno de los primeros ángeles caídos. Yo quise ser como Dios, y Dios me mandó a tomar por el culo. Ese sentimiento que tengo me hace pensar que quizá es verdad que existe Dios».
2. «Cuando dirijo, me suelen entrar unas ideas muy raras. Tengo la impresión de que no me estoy fijando en nada, si acaso en las cosas que están en último término. Otras veces tengo la sensación de que finjo, de que interpreto que estoy dirigiendo».
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